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Diario de un Reencuentro

de Mauricio Rojas


Por Roberto Munita en Bicentenario. Revista de História de Chile y América, vol. 7, nº1, 2008

 

Un género pocas veces utilizado en la literatura no ficción o de ensayo, especialmente de ensayo político, es lo que podríamos llamar el estilo “diario de vida”. En contraste con grandes obras de literatura ficción que se han apropiado de este modo de escribir en el que los días constituyen los capítulos de la historia -como La Tregua, de Mario Benedetti-, cuesta encontrar ejemplos de este género literario en arenas más técnicas, donde los contenidos que quiere resaltar el autor difícilmente se pueden desarrollar acorde con el calendario. Y es justamente lo que intenta Mauricio Rojas en su Diario de un reencuentro, texto en el que relata una visita a su Chile natal, a mediados del año recién pasado.

 

Por cierto, este intento es logrado con éxito por el autor. Se trata de breves capítulos en los que Rojas narra los hechos, visiones y encuentros sostenidos entre el 16 de julio y el 14 de agosto de 2007, cuando fue invitado por el Instituto Libertad y Desarrollo a recorrer el país que dejó hace más de 30 años, dictando conferencias en universidades y sosteniendo encuentros con destacados académicos y políticos, en los que pudo exponer sobre su visión acerca del futuro, de Chile, de Europa y de su historia. La historia de un estudiante de derecho revolucionario, un líder marxista que llegó en 1974 a Suecia, y que al tiempo abandonó el pensamiento totalitario y abrazó el pensamiento libertario, llegando a ser diputado del parlamento sueco, destacado profesor de Historia Económica, dirigente del Partido Liberal -miembro de la coalición de centroderecha que actualmente gobierna, llamada Alianza por Suecia- y vicepresidente del think tank más importante de ese país: TIMBRO.

Con tal carta de presentación, la idea de revisar la experiencia del reencuentro de Mauricio Rojas con el Chile del siglo XXI, se hacía tremendamente interesante, y un “diario” parecía ser una buena forma de enumerar las reuniones y experiencias vividas en un intenso mes, en el que no sólo recorrió Chile, sino además parte de Argentina. No obstante, cabe decir acá que este académico hace “una trampa”, y la hace con total elegancia: en muchos casos, el “día” en que se fecha un capítulo se asoma apenas como una excusa para tratar algún tema de contingencia, minuciosamente preparado de antemano, lo que traslada al lector al género del ensayo, sin que éste lo pueda apreciar a simple vista.

Es el caso, por ejemplo, del capítulo correspondiente al 18 de julio (pp. 41-48), el que es dedicado por entero a plantear el tema de la educación en Chile. Aquí la excusa utilizada es una conferencia de prensa a la que asiste el autor, junto con los presidentes de RN y la UDI, y Patricia Matte, sobre la Ley de Educación. Sin embargo, después de ese primer párrafo explicativo, el autor abandona el relato testimonial y se lanza a desarrollar su propia tesis sobre la educación en Chile, en comparación al modelo sueco, tema que abordará también en otros capítulos. Y se agradece la gestión, pues uno de los aportes que tiene este libro es que permite ahuyentar ciertos mitos relativos al Estado de Bienestar sueco -sobrevalorado por un sector de la política chilena- y conocer in situ los pormenores de este sistema político que ha imperado en el país escandinavo. Así, junto con comentar que le parece insólito que en Chile se discuta sobre lucro y selección de estudiantes, en vez de discutir sobre calidad y rendimiento, Mauricio Rojas cuenta que en Suecia cada familia tiene un amplio catálogo de opciones educacionales, a las que pueden optar a través de un sistema de cheques escolares, lo que a la vez permite a las escuelas públicas elegir a los mejores estudiantes según el perfil deseado, y las obliga a ser altamente excelentes y competitivas, para lograr atraer la mayor cantidad de subsidios posibles. Es decir, el modelo sueco, tan aplaudido por la socialdemocracia chilena, sienta sus bases en la selección de los estudiantes y en el lucro, dos elementos que muchos en Chile querrían desechar. Es lo que pasa, termina diciendo Rojas, con establecimientos de prestigio mundial como la escuela básica del Ballet Real de Suecia: no cuesta mucho imaginar qué pasaría si esa escuela no pudiera elegir a los mejores talentos, sino que el ingreso fuese “por sorteo”. Y es que, como bien señala el autor, “hay que elegir a los mejores para poder darle fuerza al perfil de la escuela y una oportunidad a los que realmente se la merecen” (p. 47).

Como se puede apreciar, Mauricio Rojas -pese a haber adoptado la nacionalidad sueca, y a ser un importante personaje político en esas latitudes- sigue interesado por los temas públicos de Chile, y no sólo en materia de educación. En otros capítulos, se refiere a asuntos como el subdesarrollo (pp. 99-105) o  los derechos de los trabajadores, en relación al “sueldo ético” de Goic y al “ingreso ético” de Piñera (pp. 137-146), discusión que es zanjada por el autor con una referencia al welfare de Bill Clinton, una doctrina política basada en el deber moral de merecerse el subsidio: “El que quiere recibir de la comunidad debe también estar dispuesto, cuando ello sea posible, a poner su fuerza de trabajo a disposición de esa comunidad que solidariamente ha decidido brindarle una oportunidad de mejorar su condición. A su vez, el que no pueda trabajar por razones circunstanciales debe estar dispuesto a entrar en un proceso de rehabilitación y capacitación para estar, lo antes posible, en condiciones de volver a trabajar” (p. 146).

Otro punto en que esta visita a Chile sirve de premisa para hacer un análisis de políticas públicas, es en relación a la seguridad ciudadana: este tema es desarrollado por Rojas en el capítulo correspondiente al 21 de julio (pp. 63-70), fecha en la que el diputado sueco participa en una comida en la que la delincuencia termina siendo el tema de sobremesa. Rojas dedica varias páginas a explicar cómo Estados Unidos ha ido ganándole al crimen, y resume el modelo del país del norte en cinco conceptos, que sirven de base para solucionar la crisis de inseguridad ciudadana que vive Chile: liderato, descentralización, diversidad, decidida intervención policial y activa participación ciudadana (p. 69). Una fórmula fácil de explicar pero que, a juicio del autor, no ha sido llevada a la práctica con éxito, por parte de las autoridades chilenas.

Sin embargo, y pese a lo que puede pensarse a partir de lo señalado en párrafos anteriores, Diario de un reencuentro no pretende ser un manual de políticas públicas. Al contrario, se puede llegar a pensar que los mejores capítulos del libro son aquellos que dedica, no a plantear problemas técnicos del Chile actual, sino aquellos en los que repasa su historia dentro del MIR, y su paso al liberalismo político.

Quienes hemos conocido en persona a Mauricio Rojas, y hemos asistido a las  conferencias que ha dictado, sabemos que su historia es tan atrayente como singular: es un protagonista de la historia, que puede hablar sobre la izquierda de la Unidad Popular con un “nosotros”, pues participó de esa generación, y por ende, no le vienen con cuentos. Es, además, un hombre que no tiene reparos en admitir pública y expresamente que ha cambiado de opinión, pero sin relativizar los errores, tanto los propios como los del adversario que con los años se transformará en su aliado (es notable su comentario, ya al final del libro, de que “si bien hay un deber de no olvidar el pasado, también hay un deber de no quedarse viviendo en el mismo”, p. 195).

Esta excepcional visión está manifiestamente retratada en el libro, y se basa en el recuerdo que el autor tiene de las marchas del MIR en Providencia, cuando se sentía invencible con su fusil y su actitud temeraria, que gozaba al causar pánico en la burguesía, y que en el fondo era la representación de una institucionalidad revolucionaria paralela, en la que toda institución burguesa, partiendo por Carabineros, debía quedar al margen. A eso se refiere Rojas cuando señala: “Así, demolíamos, con toda conciencia y un entusiasmo demencial, el andamiaje del viejo Estado chileno y de su democracia” (p. 75), lo que se relaciona con aquello que ha dicho tantas veces en distintas conferencias: que la democracia chilena no la quebró el régimen autoritario post 1973, sino que se había quebrado mucho antes, producto de esta revolución que pretendía terminar con todo lo establecido.

En esto, Mauricio Rojas es extremadamente justo con la historia: sin dejar de relatar las violaciones a los derechos humanos del gobierno militar, especialmente las sufridas por su madre, quien vivió y murió siendo una revolucionaria (pp. 190-191), y junto con admitir la “paradoja del marxismo”, consistente en el hecho de que ha habido bastante gente buena, respetable, culta e inteligente, que ha abrazado las ideas del marxismo, causando un mal sin precedentes, (p. 110), este ex mirista dedica varias páginas a explicar la interrogante que todos tenemos: por qué dejó de ser revolucionario (capítulo correspondiente al 27 de julio, pp. 107-114). Y aunque es inviable resumir tamaña explicación en esta reseña, se pueden otorgar ciertas luces: Rojas se vio perseguido por un régimen autoritario, pero conoció a otros perseguidos, que provenían justamente del mundo que él trataba de universalizar (exiliados cubanos, soviéticos). Entonces se dio cuenta que el marxismo, esa suerte de secularización moderna del pensamiento mesiánico del cristianismo, y que no pretendía otra cosa que instaurar un paraíso en la Tierra, era tan peligroso como la sociedad que buscaba derribar: “Y es justamente allí donde se enturbian definitivamente las aguas cristalinas de la utopía, donde la bondad extrema del fin se puede convertir en la maldad extrema de los medios, donde la supuesta salvación de la humanidad puede hacerse al precio de sacrificar la vida de incontables seres humanos” (p. 113). Luego, Mauricio Rojas terminó por abandonar el marxismo, y refugiarse en un liberalismo que no pretendía construir un paraíso en la Tierra, sino una Tierra un poco mejor.

Casos como los que se acaban de señalar hay varios a lo largo del texto. Este político y profesor universitario dedica el capítulo relativo al 5 de agosto (pp. 147-151) a opinar sobre Carlos Altamirano, a partir de una entrevista publicada ese mismo día en La Tercera. A la vez, se da tiempo para criticar el socialismo del que formó parte (pp. 55-61), y explicar cómo se trata de una ideología que convierte la frustración en envidia, la envidia en resentimiento, y eventualmente el resentimiento en lucha de clases. Y en relación a lo mismo, dedica un capítulo entero (pp. 187-191) a la controversial figura de Allende, vista desde la perspectiva que otorgan el tiempo y la experiencia de haber conocido el otro lado del socialismo.

Sin perjuicio de lo anterior, otra porción de este diario está destinado al futuro. Rojas comenta, con la agudeza que le ha dado su dedicación al centro de estudios TIMBRO, el escenario político nacional, y se da el lujo de criticar a la Alianza por Chile, el símil de su coalición en Suecia. Tras su visita, el autor ha podido reparar que son tres los rasgos que distinguen a la centroderecha chilena: es nocivamente elitista, muy poco unida (según le  comentan, por primera vez las bancadas de diputados de los dos partidos de la Alianza participan juntas en una actividad, a raíz de una conferencia que dictará el mismo Rojas en el Congreso), y peor aún, ha adoptado el canibalismo como dinámica inconciente pero generalizada. Por ello, hace tanto hincapié en el deber que tiene Sebastián Piñera, como principal presidenciable del sector, de ampliar su espectro e incluir a todo el sector dentro que lo puede apoyar, e incluso a los que hoy se han ido apartando de la Concertación (p. 204). Esta inclusión es la manera más efectiva de impedir que aparezcan otros personajes, dentro del mismo sector, disparando contra quien aparece mejor posicionado en las encuestas. “La Alianza es más importante que los aliados” termina diciendo Rojas (p. 206), lo que hace rememorar el capítulo en el que cuenta cómo la Alianza por Suecia logró derrotar a la socialdemocracia, en un momento en el que la economía atravesaba su mejor momento (pp. 153-160).

En este punto, al igual que en los otros, Diario de un reencuentro termina siendo un excepcional aporte a la literatura política nacional. Es una muestra de los pasajes más contradictorios y dolorosos que ha vivido la historia reciente del país, y cómo necesitamos unirnos como sociedad para salir adelante, para que nada de eso vuelva a ocurrir. Al mismo tiempo, es una enseñanza sobre lo importante que es dedicarse a los asuntos públicos y ser protagonistas del futuro, pues está en nuestras manos otorgar un mayor bienestar a toda la nación. Junto con ello, es un libro que nos muestra un Chile al que no vemos porque estamos acostumbrados a él (Rojas repasa los cambios sociales que ha vivido el país, a la par del Alto Las Condes o las autopistas urbanas), y nos ayuda a entender cómo ha ido cambiando la sociedad chilena en los últimos 30 años. Y esto, para todos los que tenemos menos de 30 años, y que hemos aprendido de tales cambios a través de terceros, resulta tremenda valioso.

 

Roberto Munita

 
 
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